Christian Cazabonne, recepcionista, desde Bordeaux, Francia

Christian Cazabonne

«La nacionalidad de este país abre las puertas, aunque no lo hace todo».

Profesión: Recepcionista Nocturno (Hotelería)
Edad: 33 años
Ciudad/ País de origen: Caracas, Venezuela.
Fecha de salida: 23 de febrero de 1999
Ciudad/ País de destino: París y Bordeaux, Francia.

Testimonial de migración Christian Cazabonne desde Bordeaux, Francia

¿Por qué te fuiste de Venezuela?

Las razones por las cuales me fui de Venezuela fueron de índole económica: no tenía empleo estable y mi familia estaba en la bancarrota.

¿Qué fue lo más difícil de la decisión?

Lo más difícil fue tomar la decisión de salir y eso me tomó mucho tiempo, demasiado. Desde los 18 años estaba por venir a Francia y nunca lo hice. Incluso, muchos amigos que vivían en Europa, desde principios de los años noventa, me decían que estaba perdiendo el tiempo en Venezuela.

No obstante, no fue hasta mis 27 años cuando, al ver que mi familia tuvo que vender la casa en donde crecí por no poder mantenerla, resolví, de la noche a la mañana, agarrar mis maletas.

¿Por qué seleccionaste París y Bordeaux como ciudades de destino?

Mi padre es francés y, desde que nací, tengo la doble nacionalidad franco-venezolana. Esto representó una gran ventaja y fue el único apoyo que tuve, además de varios amigos venezolanos que vivían aquí y gente desconocida que encontré en el camino y me ayudó.

Describe los primeros tiempos

Llegué a París con cuatro maletas y solo 1.900 dólares, sin hablar ni papa de francés y sin tener en dónde quedarme. Gracias a una lista de teléfonos que me dio un amigo, músico francés residenciado en Caracas, hallé un lugar donde vivir. Llegué con el arco y la flecha en la espalda, ya que no conocía nada de Francia.

Únicamente recordaba los cuentos de mi padre de la época de su infancia. Estuve errando de casa en casa y, a los dos meses, cuando casi se me acababa el dinero, encontré un trabajo: lavar platos en un restaurante, tres horas diarias, de lunes a viernes.

Allí mismo, me recomendaron para mi primer empleo verdadero, en un hotel, como «guachimán nocturno»; luego apareció un primo de mi padre, quien me alquiló un apartamento en las afueras de París sin pedirme depósito y, al fin, logré un «hueco» para mí solo.

El principio fue muy difícil y no se lo recomendaría a nadie, ya que nada es peor que la desesperación de no poder comunicarse, no tener dinero ni una vivienda fija.

A eso se agrega el hecho de creerse francés toda la vida y llegar aquí y darse cuenta de que uno es tan extranjero como cualquier otro venezolano en esta nación, de mente y de cultura; solo que, a la hora de buscar trabajo y para las ayudas sociales, la nacionalidad de este país abre las puertas, aunque no lo hace todo.

Tanto así que, viviendo en la ciudad más hermosa del mundo, con años en un empleo a «sueldo fijo», con un «contrato de duración indeterminada», ganando más que en cualquier trabajo que hubiera tenido en Venezuela y con el apartamento todo equipado, una fuerte razón me llevó a renunciar, vender todo y regresar a Venezuela: la soledad.

Describe tu situación actual

Siempre se puede volver. De hecho, retorné a Venezuela a comienzos del 2001 y me fue muy bien: conseguí bastante trabajo como músico (mi antigua profesión) y conocí a la mujer de mi vida. Convencí a mi familia para que se fuera a Francia.

Primero, partió mi hermana con su esposo y sus dos hijos a Montpellier (sureste, costa mediterránea); luego, los siguieron mi hermano y mi papá. Con los sucesos de abril del 2002, perdí mi empleo y convencí a mi novia para residenciarnos en Francia.

En esta ocasión, las cosas fueron muy diferentes, ya que, si bien llevaba los mismos 1.900 dólares de la primera salida, ahora contaba con el apoyo de mi familia cercana, que residía en el mismo país. Esta vez fui para todo el mundo venezolano, y francés solo para buscar trabajo y para las instituciones.

Eso me abrió más las puertas. Inicialmente, escogí París; pero, a las dos semanas, me di cuenta de que era imposible establecerse en aquella ciudad y, como muchos franceses sensatos me advirtieron, no podía pensar que solamente París era Francia.

Estuve dos semanas en Bordeaux (suroeste, costa atlántica) y me enamoré de la ciudad. Sin embargo, allí me enteré de que a mi hermano en Montpellier le habían diagnosticado un cáncer y me fui para allá por dos meses, donde viví entre el hospital y la casa de mi hermana.

Como necesitaba dinero, acepté un trabajo de un mes en un hotel de los Alpes suizos. Llegó mi novia y nos mudamos otra vez a la región parisina. Permanecimos allí siete meses, durante los cuales yo trabajé en otro hotel y ella hizo un curso de francés. Después, nos mudamos a Bordeaux, donde nos radicamos desde septiembre del 2003.

Yo seguí trabajando en hoteles, hasta llegar a un tres estrellas de una famosa cadena americana como «Recepcionista Nocturno – Night auditor», y sigo estudios por correspondencia en la Universidad de Bordeaux, para ser profesor de español.

Mi novia, quien ahora es mi esposa, sigue un curso de especialización, afín a su carrera de comunicadora social, en la universidad. Nuestra integración ha sido casi total, sobre todo porque hemos llegado a pensar como los franceses, quienes aseguran que «ellos mismos están todos locos» y al comportarnos como los bordeleses, quienes odian a la gente de Toulouse, Marsella y París.

Por mi parte, soy venezolano para todo el mundo y galo únicamente para el Estado francés y la directora del hotel donde trabajo (de resto, todos los demás empleados y la gente que conozco creen que soy únicamente venezolano). Total, el acento nunca se pierde, ni el amor a la patria tampoco.

¿Te arrepientes de la decisión? ¿Qué harías distinto si pudieras repetir la experiencia?

Jamás me arrepentiría porque esta experiencia ha sido como el servicio militar. En Venezuela, ni siquiera salía a la calle a solicitar un empleo; mientras aquí, en Francia, tenía que buscarlo, sino me moría de hambre. Aprendí un nuevo idioma, una nueva cultura y una nueva profesión.

Al final de cuentas, me encantó la hotelería. Lo increíble es que siempre tuve la idea en Venezuela de que este era un trabajo de «esclavo», «sirviente», «cachifo», y resulta que no es así.

Obviamente, depende del sitio donde se trabaje, puesto que hay algunos hoteles cuyos jefes son unos grandísimos déspotas, que te hacen sentir peor que un esclavo; y otros, con la gente más buena del mundo, que te trata como si fueras uno de los clientes; unos que pagan una porquería y otros con muy buenos sueldos; unos que te ponen a limpiar baños de noche y otros que solo te mandan a sacar cuentas y atender a los clientes y te permiten conectarte a la internet todo lo que quieras.

Y eso no depende del rango del hotel. En la actualidad, tengo la suerte de estar en uno de categoría y de buen trato, donde obsequian una cena y una noche para dos, como regalo de cumpleaños, a cada empleado del hotel (hasta para el que limpia los platos).

No obstante, eso se gana no siendo conformista y cambiándose de establecimiento cuando uno ve que es maltratado y mal pagado, ya que aquí es como en todas partes: siempre hay explotadores.

En suma, esto es un negocio, en el cual, en vez de vender camisas o carros, uno oferta habitaciones, salones de seminarios, comida, fotocopias, limas de uñas, etc.

Lo que haría distinto, si pudiera repetir mi experiencia, sería aprender primero el idioma, traer mucho dinero y establecerme en un sitio en donde haya familia o amigos muy cercanos.

De lo contrario, no volvería a emprender esta aventura como lo hice en el año 1999, porque ya no tengo el espíritu de «kamikaze» de aquellos tiempos.

¿Piensas volver a Venezuela?

¿Cómo alguien quien nació, creció y vivió 27 años en un país puede negarse a la posibilidad de volver a vivir allí alguna vez? Sin embargo, esa decisión depende de cada persona.

Cuando planifiqué mi regreso a Venezuela, varios amigos venezolanos me decían: «¿Cómo se te ocurre?», «¿Estás loco?», «Venezuela es el fin del mundo, es una porquería, allá no se puede vivir», «Te vas a morir de hambre, no vas a conseguir trabajo», «Después te arrepentirás, ya que nunca vas a poder retornar a Francia y lograr todo lo que has alcanzado»…

Como comprenderán, con esa gente no he hablado más. Mi padre tardó 53 años en volver a Francia, su tierra natal, pero lo hizo, y esta vez no de visita, como acostumbraba cada cinco años.

Aquí se percató de que Venezuela es el mejor país del mundo y que son solo sus gobernantes, los anteriores y el actual, quienes nunca han querido a su gente. Por eso él ahora vive en Francia, donde el gobierno sí se ocupa de los suyos, pero únicamente el gobierno cumple en este sentido, porque la ciudadanía solo se preocupa por su vida y las amistades se cuentan con los dedos de una mano.

Por esa razón, sería imposible no pensar en volver a vivir en Venezuela. Por lo menos allá, uno se hace pana hasta del carajo del quiosco de la esquina. Yo ya lo hice una vez: regresé a Venezuela y, luego, de vuelta a Francia otra vez. ¿Por qué no?

En verdad, ahora no es el momento para el retorno a mi país, ya que siempre hay que aprovechar la oportunidad cuando a uno le va bien. Pero si algún día me fuera mal, lo primero que planearía sería volver a Venezuela.

Testimonio publicado al 27 de junio de 2006

 

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