Marlene, odontóloga, desde Tokio, Japón

Tokio, Japón

«Ha sido una experiencia mágica, difícil en algunos momentos, pero enriquecedora 100%».

Profesión: Odontóloga
Edad: 36 años
Ciudad/ País de origen: Caracas, Venezuela.
Fecha de salida: abril de 2003
Ciudad/ País de destino: Tokio, Japón.

Testimonial de migración Marlene, odontóloga, desde Tokio, Japón

¿Por qué te fuiste de Venezuela?

Me cansé de luchar por un país mejor y resultó demasiado para una sola persona y con muy pocos resultados positivos. En Venezuela hay mucha gente de todos los estratos sociales que no tiene ni idea de lo que es el civismo y menos de normas de convivencia.

Profesionalmente, no me podía quejar, ya que me iba bien; pero me sentía agobiada con toda esa guerra política y la confrontación por diferencias de pensamiento.

A lo anterior hay que sumarle las balaceras que se formaban alrededor de mi trabajo (Sabana Grande, a las 3 de la tarde), de las cuales por suerte salí ilesa. Todas esas cosas se acumularon un día y solicité una beca para Japón. Para mi sorpresa, me la gané y aquí estoy.

¿Qué fue lo más difícil de la decisión?

Cuando me enteré de que me gané la beca, lloré mucho. Tuve innumerables sentimientos encontrados. Yo salía los fines de semana a cualquier montaña con mi bicicleta montañera y mi grupo de amigos; también practicaba kayak y me iba a cualquier playa: Morrocoy, Cumaná, etc.

El pensar en dejar esos bellos paisajes y de no hacer esas actividades con mis amigos me ponía triste.El dejar de sentir las manitos de mis sobrinitos sobre mi cara, las charlas nocturnas con mi madre, la compra del periódico en el quiosco de la esquina y la sonrisa mañanera del señor Aquiles, la cotidianidad, pues, y el abandonar todo eso me entristecían.

Además, me asaltaban los temores a lo nuevo, a lo desconocido, a lo que vendría. ¡Puff! Lo más difícil es combatir ese sentimiento de nostalgia del exilio y, cuando el avión despega, ver desaparecer tus ranchos de La Guaira entre las nubes y no saber si los volverás a contemplar. En verdad, los ranchos son algo simbólico.

¿Por qué seleccionaste Tokio, Japón como país de destino?

Siempre deseé visitar Japón o China. Quise participar en el proyecto de un viaje de dos meses para Japón en un intercambio cultural, sin embargo, varias veces perdí la oportunidad de inscribirme.

Así que, un día, una señora japonesa me aconsejó que solicitara una de las becas de estudio. Lo pensé durante un año y lo hice como «por no dejar» y se me dio. Escogí Tokio porque es una metrópolis donde hay de todo y se puede hacer de todo.

Describe los primeros tiempos

Llegué un poco asustada, de noche, después de un viaje de dos días. Tomé un taxi, solo veía y cruzaba puentes de concreto por todos lados, hasta que arribamos al centro de la ciudad, donde empiezan las luces de colores. En ese momento, me imaginé que estaba llegando.

Me quedé en un dormitorio de estudiantes y, al día siguiente, salí a reconocer la zona. Todo al comienzo fue muy divertido: la comida, las pocetas eléctricas, los celulares de colores, las máquinas para pagar los servicios de luz o agua de tu casa… En fin, todo diferente, ¡tan diferente!

Los primeros meses viví una luna de miel con Tokio y su gente. No tuve traumas con el idioma, al principio me defendí con señas y en inglés. Los japoneses son muy raros si los comparamos con nuestra manera occidental de ver las cosas.

En efecto, somos muy, muy diferentes; pero se aprende a convivir con ellos si se tiene la disposición a vivir en diversidad aceptando las diferencias.

Describe tu situación actual

En cuanto a la comunidad, nunca te incorporan, siempre eres y serás extranjero. Explico que acá la ley número uno es mantener la armonía, hacerte creer que te aceptan aunque no sea así. Sin embargo, considero que, por lo menos, el querer hacerlo creer es positivo.

El modo de discriminarte es a través del idioma: si lees, escribes y hablas excelentemente su lengua no les gusta, porque es la forma de acercarte a ellos. Su lema es «solo el japonés puede hacerlo». Son muy cerrados con todo lo que a ellos respecta, a pesar de que, contradictoriamente, aparenten lo contrario.

La mayor dificultad es la comunicación, el entendimiento. Su lenguaje no utiliza sujeto y eso se presta a muchos malentendidos (entre ellos mismos). Su sistema educativo es diferente: los hacen aprender sin el razonamiento lógico al cual nosotros los occidentales estamos acostumbrados.

Comer en el suelo, utilizar los palitos, sacarse los zapatos al entrar en la casa, son normas rápidas de reconocer y de seguir.

Las difíciles no están a simple vista, por ejemplo: interpretar lo que ellos quieren obtener sin tener que hablar, lo cual se relaciona con su idioma, con la ideografía. Son muy sensibles con sus costumbres y hay que aprender a leerles la mente y eso solo se logra conviviendo con ellos largo tiempo.

¿Te arrepientes de la decisión? ¿Qué harías distinto si pudieras repetir la experiencia?

Para nada, no cambiaría nada. Ha sido una experiencia mágica, difícil en algunos momentos, pero enriquecedora 100%. He aprendido mucho de mí y he comparado las cosas buenas y malas de Japón con las cosas buenas y malas de Venezuela.

Estos hombres me han reeducado y estoy muy agradecida por ello. Son individuos que se sacrifican extraordinariamente por su país. Mi recomendación para otras personas que intenten emigrar: si no pueden dejar los hábitos a un lado e incorporar algunos nuevos, no llegarán a ningún lado.

Siempre serán extranjeros donde vayan y más en Japón, donde se les nota en la cara.

¿Piensas volver a Venezuela?

Me encantaría volver, hacerme un ranchito en Margarita y vivir relajada en la playa. El punto es que siempre he imaginado una Venezuela que solo existe en mi mente, en sueños, como un ideal.

Y, como sabemos, los ideales no son reales, por eso se llaman así. Una vez que termine acá (en un año), iré a Alemania, España o, quizás, Margarita…quién sabe…ya se verá, el mundo da muchas vueltas.

Testimonio publicado al 08 de abril de 2007

 

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