María Dash, profesional de mercadotecnia, desde Alemania

Testimonial de migración María Dash desde Alemania

«Pasé etapas duras, sin trabajo, pero luché, me mantuve positiva y nunca dejé de intentarlo».

Profesión: mercadotecnista en línea
Edad: 34 años
Ciudad/ País de origen: Venezuela
Fecha de salida: 2007
Ciudad/ País de destino: Francia inicialmente, luego España y actualmente Alemania.

Testimonial de migración María Dash, profesional de mercadotecnia, desde Alemania

¿Por qué te fuiste de Venezuela?

Me fui de Venezuela en el 2007, cuando los que salíamos lo hacíamos por convicción más que por necesidad. Lo que me llevó a dejar semejante paraíso por un destino incierto fue mi deseo de conocer mundo.

Tenía veinticuatro años y mi experiencia como estudiante de Administración, en el Instituto de Tecnología de Illinois (IIT) en Chicago, me había dejado una sensación de querer más, aprender más, conocer más.

Ya sabía inglés y, aunque la situación venezolana no estaba tan complicada en esa época, a mis veintitrés años necesitaba asegurarme un futuro lejos de un régimen en el que no creía. Sentía que esa era la hora de partir.

Dejé mi trabajo, agarré mis ahorros, logré el 100% de apoyo familiar y me aventuré a estudiar francés, porque soy ciudadana europea. Así que Europa era el destino «legal» para mí.

No obstante, estaba consciente de que cualquiera que emigrara de su país, si quería vivir decentemente en otro lugar, debía superar al ciudadano local.

Puesto que iba a Europa, aparte de una carrera, tenía que dominar con fluidez al menos tres idiomas. De modo que elegí el francés, porque – en el 2007- Francia era un país relativamente próspero, y su lengua, al tener similitudes con la española, la aprendería más rápido que el alemán.

No sentí nostalgia por mi tierra, ya que mis ganas de explorar el mundo y de aprender superaban cualquier pena de verme ausente de la patria o alejada de los parientes y amigos.

¿Qué fue lo más difícil de la decisión?

Durante los primeros dos años no hubo dificultad significativa, pues contaba con el cupo de estudiante de la Comisión de Administración de Divisas venezolana (Cadivi) y me mantenía compartiendo habitación con otros alumnos y comprando mi comida. Eso sí, ¡cero lujos!

Incluso, viviendo todavía en Caracas, no iba cada semana a hacerme uñas y cejas, secarme el cabello, aplicarme tratamientos especiales, masajes reductores ni nada por el estilo. De manera que tampoco eché de menos estos servicios.

Asimismo, no extrañaba las interminables colas de Caracas, pese a que me perturbaba que, en Francia, el bus apareciera cada veinte minutos. En verdad, me costó acostumbrarme a seguir los horarios del transporte público.

Hice amigos con rapidez y disfruté cada minuto de mi vida. Ahora bien, tres años después, el asunto se puso feo y me deprimí por la imposibilidad de ver a mis padres más seguido. Pensaba que envejecían y no los podía disfrutar.

Me arrepentí de no haber pasado suficiente tiempo con ellos y lamenté que sus cabellos se volvieran grises con los años. Cuando se llega a este punto, parece que una llaga crece poco a poco en tu interior y se va comiendo una parte de ti con cada latido de los corazones de tus padres. Por eso afirmo que el tiempo destroza.

En fin, dejar de ver a mis padres ha sido el sacrificio más doloroso del irme. Y ese pesar no sana; de hecho, empeora.

¿Por qué seleccionaste Francia inicialmente, luego España y actualmente Alemania?

El papeleo lo hice antes de viajar a Europa. Me asesoré, en Caracas, con una escuela de idiomas que me ayudó con la documentación.

Sin embargo, al comenzar en esa institución, me vi rodeada de chicos de dieciocho años, en búsqueda de fiesta constante; y yo estaba mayor para la gracia.

Además, el nivel de exigencia resultó casi nulo y para mí era importante relacionarme con personas motivadas y exigentes. De hecho, pienso que, cuando te reúnes con compañeros de estas características, no te queda otra que igualarlos o superarlos.

Decidí, por lo tanto, al llegar a Francia, retirarme de esa escuela y registrarme en la universidad. Una mañana fui a preguntar sobre los cursos de francés para estudiantes internacionales y, de inmediato, me fijaron fecha para el examen de ingreso, me dijeron cuál era mi nivel para entrar y me indicaron dónde pagar.

Al final descubrí que al inscribirte en la universidad, por su condición de institución pública, pagas una décima parte de lo que percibe una escuela regular de idiomas, y con la ventaja de que el nivel universitario es muy superior.

Pese a ello, agradezco mucho a la escuelita con sede en Caracas, porque allí me enseñaron los pasos por seguir para llegar a Europa, me orientaron en cuanto a la acomodación y me proporcionaron otros datos de interés.

A las pocas semanas de mi mudanza, me encontraba en una universidad estatal francesa estudiando la historia de Francia, pronunciación, administración, derecho y literatura. Todo en francés. No fue dificultoso, sino tortuoso, pero aprendí superrápido.

Describe los primeros tiempos

Una vez dominado el idioma, a los seis meses de estar en la universidad, alcancé el nivel para solicitar la admisión en una maestría en Administración de Negocios (MBA) en Francia, lo que era mi objetivo final.

Sin embargo, un amigo alemán me recomendó una escuela de negocios en Barcelona, España, donde él obtuvo el máster en Marketing. En la actualidad, es el director de videos de Facebook para EMEA (Europa, Oriente Medio y África) y le agradezco enormemente su consejo.

Decidí mudarme a Barcelona y mi vida desde entonces cambió. Lo hice porque tenía amistades en esa ciudad, la lengua era la mía, sus escuelas de negocios se consideraban entre las más sobresalientes de Europa y el clima y su gente me gustaban. Además, el máster no sería de dos años sino de uno, bastante intensivo.

Acto seguido, contacté con mi asesor de la escuela, fui por unos tres días a averiguar sobre las escuelas de negocio en Barcelona, me quedé en casa de una amiga y, a partir de ahí, todo fue emergiendo.

Eso sí, resolví cursar el MBA en inglés, básicamente porque me sentía capaz de hacerlo. No obstante, el acento británico de mi profesor de finanzas se volvió una gran tortura y no sé cómo pasé esa materia. Creo que por las clases particulares que me dio un amigo de la India.

Describe tu situación actual

Al graduarme vino la etapa dura: búsqueda de empleo en Barcelona. Corría el otoño del 2009 y estaba en pleno auge la crisis económica.

Mis compañeros europeos se fueron a sus países y aquellos latinoamericanos con empresas familiares y grandes puestos en sus lugares de origen también se regresaron. Sin embargo, otros latinoamericanos y yo, entre ellos, decidimos probar suerte y buscar trabajo en Barcelona.

El 2010 estuvo lleno de inconvenientes, ya que, a pesar de presentar mi currículum vitae sin cesar y estar en paro por seis meses, me llamaron poquísimas empresas para trabajar de pasante. De cualquier forma, eso era exactamente lo que buscaba, pero al menos esperaba que me pagaran algo.

Antes de saber si me aceptarían como becaria (pasante), realicé estudios de mercado, análisis de productos y cumplí otras asignaciones. En fin, me pasé una semana estudiando el mercado de la empresa y el sector. Logré la pasantía, con la condición de no cobrar absolutamente nada.

Así estaba la situación en esa época. Los empleadores se aprovechaban. Era increíble que tuviéramos un MBA y no nos pagaran por trabajar once horas al día, o lo que fuera necesario. Otra firma me ofreció la beca por trescientos euros al mes y la acepté.

Mientras trabajaba allí seguía buscando algo que me permitiera sobrevivir. Ya no tenía Cadivi. Transcurrieron tres meses y me llamó una compañía americana para un puesto de asistente en mercadotecnia en línea (marketing online).

Necesitaban personal que hablara varios idiomas. Era una multinacional muy reconocida y confiaba en que había llegado mi oportunidad. Asistí a siete entrevistas: dos en francés y el resto, en inglés. Tuve suerte, puesto que me aceptaron; pero lo hicieron porque planeaban abrir el mercado portugués.

Por mi pasaporte portugués, dedujeron que manejaba un perfecto portugués y, como no abundaban los portugueses en la empresa, recordé que “en país de ciegos, el tuerto es rey”. Por supuesto que no desperdiciaría esta posibilidad. Solo pensé que me las apañaría con esa lengua, y lo hice.

Aprendí el portugués que pude escuchando a mis familiares y, manos a la obra, me dispuse a la apertura del mercado de Portugal. Resultó que los portugueses entienden español perfectamente y hablan inglés mejor que los españoles. De modo que no constituyó ningún problema.

Pese a ello, no anduve un camino de rosas. Era un periodo de crisis y las empresas exigían trabajar el doble por medio sueldo. Había que ser fuerte. Observar empleados con bajas médicas por estrés o depresión era el pan de cada día y los despidos de departamentos enteros empezaron a convertirse en lo común.

¡Y me tocó mi turno! Me estresé muchísimo buscando otro empleo, hasta que una compañía francesa me contactó para llevar los mercados de España, Portugal, América Latina y Brasil… ¡Y tuve que darle!

Me tocó desempeñarme en diversos roles que disfruté: desde analítica web y en la Gestión de Relaciones con Clientes (CRM) hasta traductora de las webs. Excesivo trabajo, pero un equipo magnífico.

¿Te arrepientes de la decisión? ¿Qué harías distinto si pudieras repetir la experiencia?

Opino que no podemos arrepentirnos de nada, porque esa actitud nos bloquea para seguir adelante.

Por mi parte, me he enriquecido con innumerables vivencias. En primer lugar, señalo el encontrarme, en mi clase de alemán, con una religiosa de avanzada edad, oriunda del Congo, y compartir, con ella, inquietudes, experiencias y chistes en su lengua natal.

Luego, irme a comer con un coreano, un jordano, un rumano y un italiano; y, por la tarde, hablar con un jovencísimo monje polaco sobre el respeto en la sociedad.

En síntesis, de esto se trata: viajar, aprender y conocer. Creo que no existe una palabra única en ningún idioma que abarque estas tres dimensiones. Viajar, en particular, desvanece la ignorancia (o el miedo) y llena el alma de comprensión, hermandad y amor.

A la pregunta de si hubiera hecho las cosas en forma diferente, respondo: ¡Sí, claro!, empezando porque me hubiera graduado en programación o ingeniería de la computación, en lugar de administración. Así mi búsqueda constante de mejoras profesionales no hubiera sido tan dolorosa.

Les aseguro que no paran de buscar programadores en Europa y les da igual si dominan el idioma del lugar o no.

En cambio, Mercadotecnia es un área muy difícil y competir con gente local es duro. Asimismo, en Europa, especialmente en Alemania, tropezarse con hablantes de cuatro o cinco lenguas se considera de lo más normal.

De esa manera, conocer diversas lenguas pasa de ser un valor añadido a constituirse en una «condición sine qua non», quiero decir, esencial.

He escuchado a varias personas decir que se arrepienten, sobre todo de no haber preparado el papeleo de antemano. Yo obvié ese inconveniente, puesto que tuve asesoría de las instituciones en las que iba a estudiar.

Por añadidura, conté con una familia maravillosa que, aun a distancia, no dejó de incentivarme ni de creer en mi.

Reconozco que pasé etapas duras, sin trabajo, calculando cuánto me quedaba en el banco, no saliendo para evitar los gastos, siendo rechazada en entrevista tras entrevista.

No obstante, lo que me mantuvo luchando fue la creencia en mí misma, el ser positiva, el no dejar de intentarlo y el saber que me rodeaban seres humanos maravillosos que me ayudaban en todo.

En fin, de mis amistades recibí risas y protección, mientras mi familia me dio esperanzas sin dejar de creer en mí.

Varios años después de haber vivido en Barcelona, conocí a un alemán que conquistó mi duro corazón, lo ablandó como gelatina y me trajo a su tierra. El amor me convenció de dejar piso, trabajo, amigos, clima y de empezar de nuevo.

En la actualidad, curso el B1 de alemán y veo a dónde me conduce el destino; con la ventaja de que esta vez yo llevo el volante.

Alemania ha resultado bastante difícil para mí, acostumbrada a trabajar y a ser independiente. Soporto el clima mejor de lo que esperaba, pero me preocupa comerme mis ahorros.

Aquí la mercadotecnia sin alemán no funciona. Por ese motivo, debo estudiarlo sin parar. Sin embargo, en esta ocasión he seguido la voz de mi corazón y, cuando la escuchamos, no hay mal que pueda sobrevenir.

Tengo claro que en esta vida lo único constante es el cambio. Por esa razón, recuerdo los cinco países recorridos en pocos años, los periodos de lucha y de dicha, de caídas y sacudidas, de reírse de ellas y de seguir caminando.

Reflexiono a veces sobre lo que le diría a mi yo de niña con respecto a todas las cosas que terminaría haciendo, aunque de inmediato pienso que me gustaría más saber qué me diría mi yo anciana, en especial de la vida.

Quizás me aconsejaría que la viva al máximo y sin miedos, que es demasiado corta, que es el amor lo que se queda, que la vida es un regalo limitado y no podemos malgastar nuestro preciado tiempo con miedo, odio o pereza.

De ahí que me atrevo a animar a mis lectores pidiéndoles que vivan la vida, que no tengan miedo, que se preparen mental, profesional y espiritualmente. Y que vayan aprendiendo día a día, sin dejar de sonreír ni de escuchar su corazón.

En verdad, si yo hubiera prestado atención a toda esa gente negativa que, con razón o sin ella, me decía que no lo hiciera, nunca hubiera aprendido, nunca hubiera vivido.

¿Piensas volver a Venezuela?

De momento no. Me asustan sobremanera las cifras de criminalidad e impunidad que existen. Me duele la carencia de alimentos para las familias, así como el talento que se ha ido en busca de mejores oportunidades.

Nunca creí en el socialismo latinoamericano. Por consiguiente, en el 2007, no estaba dispuesta a quedarme por allá. A pesar de la actual situación de mi país, tengo la esperanza de llevar a mi familia, algún día, a conocer uno de los lugares más hermosos del planeta.

Confieso que añoro mi vida en Venezuela, sus calles, su pueblo y nuestra comida. Creo que cuando uno echa de menos un lugar, a lo que en realidad se refiere es a la época que corresponde a ese lugar. En mi opinión, no se extrañan los sitios, sino los tiempos.

Espero que Venezuela vuelva a ser lo que era y que siempre ha debido ser: tierra de oportunidades.

Testimonio publicado el 12 de febrero de 2017

 

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